América Latina: el análisis de la comunicación política y del discurso de los medios en contextos de cambio social.

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Autor: Pedro Santander Molina

INTRODUCCIÓN

En más de una ocasión he hecho la siguiente pregunta a mis diferentes alumnos en la Escuela de Periodismo de la P.UCV. “Veamos ¿cuánto saben acerca de Napoleón y cuánto acerca de Simón Bolívar?” Lo que viene, sin dejar de asombrarme nunca, ya no es sorpresa: la figura histórica del emperador europeo es muchísimo más familiar que la del libertador americano para estos estudiantes universitarios chilenos. Saben, por ejemplo, de la muerte del francés en el destierro y de su posible envenenamiento, pero poco han escuchado acerca de la tuberculosis y la soledad en que muere Bolívar cuando partía lejos de su patria. Incluso en el plano anecdótico, saben del caballo blanco de Napoleón, pero nunca han escuchado que a Bolívar los llaneros le llamaban culo de hierro, por su capacidad de aguantar largas cabalgatas.

Situaciones parecidas en relación con el conocimiento no sólo afectan a estudiantes universitarios, también a los académicos latinoamericanos. Es común observar cómo los criterios de la agenda investigativa y teórica tanto europea como estadounidense, es decir, de “Occidente”, orientan parte importante de la nuestra discusión científica. En ese sentido, gran parte de las miradas científicas latinoamericanas están influidas e incluso incentivadas por las preocupaciones de la comunidad académica occidental.

Decimos incentivadas pues en un inmenso número de universidades latinoamericanas y en prácticamente todas las chilenas, se han establecidos parámetros “objetivos” para medir el desempeño académico y la productividad científica. Estos criterios siempre premian más y mejor todo lo que sea reconocido por Occidente. Formar parte de un comité editorial de una revista europea o estadounidense tiene un mayor valor “objetivo” que serlo de una latina. A su vez, a una revista latina le interesa que figuren y formen parte de su comité editorial científicos europeos o estadounidenses, a modo de sello de calidad.

Una publicación en una revista de esa parte del mundo obtiene un puntaje “objetivo” mucho mayor que una en el sur; lograr que un artículo circule en una revista con idexación ISI asegura al autor un mayor incentivo económico de la universidad. En Chile, además, las universidades reciben de parte del estado dinero en el marco del llamado Aporte Fiscal Directo (AFD) por cada artículo ISI que anualmente publiquen sus académicos. Esto, a su vez, configura un ranking “objetivo” que permite comparar la calidad de la productividad entre universidades. Y claro, la gran mayoría de las revistas ISI están en Europa o EE.UU y publican en inglés. En este contexto es común que para desde “acá” poder publicar “allá” haya que trabajar sobre temas que interesan a esa comunidad académica y, por lo mismo, con marcos teóricos y metodológicos ad hoc.

Se trata de una estructura productiva y material que se ha ido consolidando en los últimos 20 años en América Latina, en el marco de la instalación del neoliberalismo en nuestro continente y de la contrarreforma universitaria puesta en marcha a partir de la década del ´80 (Pinochet en Chile, Menem en Argentina, Fujimori en Perú, Carlos A. Pérez en Venezuela, etc.) y que ha consistido en limitar la autonomía y los recursos financieros de los que disponen las universidades. Siguiendo las recomendaciones del FMI y del Banco Mundial, se han reducido las rentas básicas de los académicos y se han aumentado los ítems variables y los incentivos de acuerdo a parámetros de productividad como los señalados (Borón, 2006).

A pesar de que estamos ejemplificando con situaciones de los últimos 30 años, desde el punto de vista histórico, no se trata, sin embargo, de algo nuevo. Más allá de su expresión particular, situaciones como las descritas se enmarcan dentro de un largo proceso histórico en el cual, como explica Quijano, se ha instalado una “elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento” (Quijano; 2000: 203). Hace cientos de años que se fuerza a las poblaciones de los continentes conquistados, y con particular fuerza a los de América, a aprender la cultura de los dominadores en todo lo que es útil para la reproducción de la dominación, no importa en qué área, y, ciertamente, la científica no es una excepción a eso. “Europa también concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura y, en especial, del conocimiento y la producción de conocimiento” (Quijano, 2000: 209)

Como señala y advierte Borón (2006), esta colonialidad y el racismo implícitos en los criterios de productividad y funcionamiento científico, han tenido un efecto devastador sobre el pensamiento crítico de nuestro continente, efecto que se acentuó a partir de los ’80. “El riesgo que corremos es el de subordinarnos a una agenda de investigación que nada tiene que ver con nuestra realidad social, y, de ese modo, crear en la periferia otro gueto academicista que nos aísle por completo de los problemas que afligen a nuestras sociedades” (Borón, 2006: 6).

Este artículo salió publicado en Journal of Multicultural Discourses

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Versión disponible en inglés:

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